Espiritualidad de Sor Isabel

La persona de Isabel de la Santísima Trinidad se nos presenta llena de contenido por su rica personalidad. Esta joven carmelita que moría en el Carmelo de San José de Dijon, con tan solo veintiséis años, cinco de ellos pasados en el monasterio, tiene mucho que decirnos a todos, hombres y mujeres de nuestro tiempo. Como ya recordaba el Papa Juan Pablo II en una audiencia general al día siguiente de la Beatificación de Sor Isabel, el 25 de noviembre de 1984: “Con la beata Isabel brilla para nosotros una nueva luz, se nos ofrece una guía cierta y segura”.

1.- Espiritualidad de Isabel Catez antes de su entrada en el Carmelo

2.- Espiritualidad de Isabel de la Santísima Trinidad, carmelita descalza.

1- Espiritualidad de Isabel Catez antes de su entrada en el Carmelo.

La vida de Isabel es de una gran experiencia espiritual, que al mismo tiempo nos ofrece un mensaje para nosotros profético, ya que el ochenta por cierto de su vida transcurrió en el mundo. Ella que deseó desde muy joven, impulsada por Dios, dedicarse enteramente para Él como carmelita descalza, tuvo que afrontar no pocas dificultades antes de que su sueño fuese una realidad. Su espíritu no se vino abajo ante la contrariedad, sino que creció y maduró enormemente durante el tiempo de espera antes de su entrada en el Carmelo.

El deseo de Dios brota de su corazón como el agua de la fuente pero este deseo será su centro de atención ya en el mundo. Y lo cultivará con tal fidelidad que muestra claramente que es el amor a la persona de Jesucristo lo que motiva su conducta. Recordemos que su trato amistoso con Jesús le venía ya de su infancia. Cuando Jesús viene a su corazón el día de su Primera Comunión, Isabel queda cautivada por esta divina presencia: “Dios tomó posesión de mi corazón de tal manera y con tal perfección, que después de este misterioso coloquio yo ya no aspiraba más que a entregarle mi vida, a devolverle un poco de su gran amor…” dirá Isabel a la edad de 14 años. Isabel decide pertenecer siempre a Jesús; su amor será ya para Él desde esta etapa de su vida. Jesús será para ella el amor de su vida. Pero no nos imaginemos a Isabel Catez recluída en su casa de Dijon. Al contrario, ella comprende que lo que Dios quiere ahora de ella es que viva el momento presente con toda intensidad, viendo en ello la voluntad expresa y concreta del Señor para ella. Y así es: Isabel estudia música, sale con sus amigas, viaja mucho, participa en bailes, etc, y todo porque es esa la vida que debe vivir, según le corresponde a su status social. Isabel se comporta con total normalidad. ¿Y su espíritu?, porque “donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Ciertamente. La joven y entusiasta Isabel piensa siempre en El, en el amor de su alma: “ Mi corazón está siempre con Él,/ y día y noche piensa sin cesar/ en ese celestial, divino Amigo,/ a quien su amor quisiera demostrar”(Poesía 43)

Le consagra su amor porque se siente irresistiblemente impulsada a pronunciar el voto de virginidad perpetua, durante la acción de gracias después de la Misa.

Isabel se nos figura como una buscadora de Dios Amor, quien la ha enamorado. Por eso la oración será para ella el clima donde mejor hallará lo que su alma más anhela: Dios. Se entregará a la oración en medio de las ocupaciones más ordinarias de la vida. Y en ese encuentro con Dios de todos los momentos, su alma irá madurando en el deseo de consagrarse para siempre a El en el Carmelo. Ante las dificultades que encuentra en su madre, Isabel aprenderá a aceptar incluso el no poder ser un día carmelita descalza por tener que cuidar de su madre, delicada de salud. Por ser la hija mayor le correspondería dicho cuidado. Isabel se arroja incluso a lo que pudiera ser designio de Dios para ella. El contacto con Dios desde ese diálogo de su alma con el Amigo, de corazón a corazón, la va preparando y abriendo a horizontes de generosidad que llegan hasta la actitud del abandono confiado y amoroso en las manos de Dios, siempre fiel: “ Lo que tú quieres, lo quiero también yo, / oh mi Jesús, amigo celestial. / Que tu voluntad, pues, sea la mía/ y mi piadoso deseo me sostenga” (Poesía 44)

Isabel quiere decir “casa de Dios” le había explicado la Madre Priora de las carmelitas descalzas de Dijon el día de su primera Comunión. Esas palabras siempre quedaron hondamente impresas en el alma de Isabel. “Casa de Dios”, o sea, habitada, visitada, morada del mismo Dios, templo del Dios Amor que siente que la ama. Por eso, su alma sentirá un fuerte atractivo hacia el misterio de la Eucaristía. “No pensaba en otra cosa que en los días en los que le sería permitido recibir a nuestro Señor, los contaba, hablaba de ello en todos nuestros encuentros”, testifica una de sus amigas. Fascinada por la unión con Dios y obligada hasta la edad de 21 años a renunciar a la vida del claustro, Isabel se concentra en la esencia de toda oración cristiana, hecha en el mundo o en el monasterio: “Aun en medio del mundo se le puede escuchar en el silencio de un corazón que sólo quiere pertenecerle”(carta 38).

Esta insistencia de Isabel, joven laica, en lo fundamental y común a todo cristiano será el mensaje profético que tantos hermanos nuestros hacen suyo en medio del mundo.

2.- Espiritualidad de Isabel de la Santísima Trinidad, carmelita descalza.

Cuando Isabel tiene apenas catorce años siente en su interior una palabra: “Carmelo”. Desde este momento se sintió especialmente elegida y destinada para siempre a un estilo de vida cristiana de total consagración: carmelita descalza. Recordemos las palabras de Isabel: “… me pareció escuchar en el fondo de mi alma la palabra “Carmelo”, y desde entonces no pensé más que en esconderme tras sus rejas”.

Ya en el Carmelo Isabel se sumerjerá como pez en el agua en el ideal carmelitano: la unión con Dios por amor por el camino de la oración contemplativa. Su corazón lleno de ternura se llena de la experiencia interior de la presencia de Dios Amor dentro de su alma. De tal manera que es este aspecto de la espiritualidad cristiana el rasgo que aparece de modo singular en su espiritualidad. ¿Cómo responderá Isabel al don de Dios? Su respuesta será siempre una llamada a la interioridad, es decir, a entrar dentro de sí para hallar a Dios.

La hermana Isabel toma conciencia viva del misterio de la Santísima Trinidad, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que mora en su alma. Es consciente de esta presencia y de esta necesidad de vivir con Ellos en lo profundo de su ser. Desde niña ya se había sentido habitada por Dios, y luego, iluminada por la palabra de Dios y ayudada por los santos del Carmelo y la dirección espiritual del P. Vallée, Isabel conoce la obra de Dios en su alma. De esta manera su alma se abría cada vez más a una fuerte experiencia de presencia divina y de todo lo que ella implicaba de amor fiel a la amorosa amistad de Dios. Ella se deja penetrar por este precioso misterio que nos revela la esencia misma de Dios. Es tanto lo que Isabel percibe y siente que lo comunica e irradia en las cartas que escribe a sus amigas. Ella se lo cuenta a su querida Francisca de Sourdon así:”¿Oh, querida mía, ¡qué feliz se es cuando se vive en intimidad con el Señor, cuando se hace de la vida un diálogo, un intercambio de amor, cuando se sabe encontrar al Maestro en el fondo del alma! Entonces nunca se está sola, y se tiene necesidad de la soledad para gozar de la presencia de este Huésped adorado. Ya ves, Francisquita mía, hay que darle su lugar en tu vida, en tu corazón…” (Carta 161, 28 abril 1903)

El hombre es creado por Dios a su imagen y semejanza. Posee en lo más hondo de su ser una semilla que le invita a vivir en relación con Dios, su Creador. Porque Dios, que todo lo tiene y no tiene necesidad de nada ni nadie, tiene sus delicias en estar con los hijos de los hombres, y ha querido, por puro amor nuestro, enlazar el corazón humano con su propio corazón. El hombre es libre de aceptar o no la amistad que Dios le ofrece para su propia felicidad.

Isabel de la Santísima Trinidad fue siempre muy sensible al amor que Dios le ofrecía. La Trinidad es precisamente un misterio de comunión, de cada una de las divinas Personas, Padre, Hijo y Espíritu santo, con el hombre, e Isabel queda cautivada por esta amistad divina. Comprende que debe habitar en Dios que al mismo tiempo la habita. Con gozo dirá de sí misma: “ Isabel de la Trinidad, es decir, que se pierde, que se deja invadir por los Tres”. Es decir, Dios uno y trino. Una vez más, como nos recuerda el Apóstol San Pablo en sus cartas, Dios no es algo lejano o distante, sino que es alguien que se interesa por el hombre especialmente, porque es en El donde se desarrolla y da sentido a su vida en plenitud. Porque “en Él somos, nos movemos y existimos”(Hch. 17, 28).

Y dentro de esta presencia de Dios que la llena, Isabel quedará aún más cautivada del inmenso amor de Dios. “Hay un Ser que es el amor”; “¿Comprenderemos algún día cuánto somos amados?” Isabel comienza a vivir ya en este mundo lo que es precisamente la vida de los bienaventurados del cielo. Como dice Von Balthasar: “ La fe no es más que tener presente el origen y el fin, el mundo invisible y eterno que constituye nuestra vida en el tiempo”.

Isabel de la Santísima Trinidad es consciente de toda esta gran realidad y don de Dios, y responde a El con una gran determinación de emplearse toda en Dios. Esa llamada a la interiorización de todo su ser se traduce también en una capacidad de recogimiento dentro de sí, para entrar en lo más profundo, “la sustancia del alma” como le enseña S. Juan de la Cruz. Allí está su Amigo, su Esposo, su Dios. Ella quiere estar muy atenta a la presencia divina para acogerla con amor, porque sólo el amor es lo que nos une a Dios. Atención envuelta en silencio sobre todo interior: de todas las cosas, de todas las preocupaciones, pensamientos, deseos que no están orientados a la búsqueda del tesoro escondido que es el encuentro del alma con Dios.

¿Cuál es el fruto de todo este “mutuo” empeño: de Dios e Isabel? Una maravillosa armonía interior en el alma. Una unificación de todas sus potencias y sentidos interiores: de todo su entender, esperar y querer; de toda su imaginación y fantasía, y distracciones exteriores. Todo está ordenado maravillosamente por el obrar suave de Dios. Y ella ¿cómo se siente? Totalmente fuerte con su Dios que le ha comunicado toda su fortaleza y su amor. Nada puede romper ahora este intercambio del ser de Isabel y del Ser de Dios todo amor. Ella vive en su Dios en una oración ininterrrumpida que nada ni nadie, ni siquiera los acontecimientos adversos de la vida, puede nunca romper. La oración se ha convertido en una actitud que brota de su alma enamorada. Ella dirá: ”Está siempre conmigo. Le siento tan vivo en mi alma, que no tengo más que recogerme para encontrarle dentro de mí, y es esto lo que constituye mi felicidad”(carta 169; 15 julio 1903).

Isabel es verdaderamente de la Santísima Trinidad: vive en la intimidad de Dios, su morada, su TODO.

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